pruebas de fuegO

Hasta hoy

Muy bien, he aquí lo que he visto hasta hoy: Cada cuerpo un bastión de "lo mío-que jamás serálo tuyo ni lo nuestro"; miedo incontrolable: miedo ciego a abrir la puerta y dejarnos ver unos a otros que estamos desnudos; procesiones incontables corriendo atrás del amor ideal, un fantasma que siempre se disuelve, siempre, al dar vuelta a la esquina; inventos infructuosos de cualquier tenor y alcance para convencerse de que la felicidad pueda ser alguna otra cosa que entregarse a los demás; reglas, dictámenes, teorías y credos inútiles (porque no le dan cabida al alma, bendita en su repulsión a los encierros; porque son el Olimpo de los necios que creen en llegara alguna parte enviando al amor al destierro por ser indefinible); multitudes de hipócritas apedreando a los que muestran sus manos vacías; pesimistas sin ningún motivo; optimistas sin ningún motivo; lo-que-sea-istas subidos al carro de turno; la desconfianza, alimentada de saber que el otro esconde en sífianza, alimentada de saber que el otro esconde en sílos mismos monstruos; el odio, nacido de no reconocer los monstruosen nosotros mismos; la máquina de forjar hombres a imagen y semejanzade un dios perverso, vengativo e ignorante; separación, separación por todas partes: esto no es aquello no es lo otro ni lo de más allá (y el doloroso precio de la soledad); los muertos echando tierra estéril sobre la divina semilla de la infancia en las escuelas; la mirada impotente y mezquina de los padres que se proclaman dueños de los Hijos de la Vida, (¡la Vida!, ¡que jamás espera nada de nadie!); los que quieren que todo quede como está saqueando con gritos, balas o vergüenzalos dones de la juventud; ¡un océano tan vasto de dolor cuando todo podría ser tan distinto! He visto, también, los que no cejan: buscando a tientas; aferrándose (o soltándose) al centro en las mareas cambiantes; dejando un tenue rastro del perfume inconfundible en los vientos furiosos; librando, cada día, la batalla más difícil, la única noble, la de adentro; borrando con su propia sangre los dictados negros (propios y ajenos); equivocándose, equivocándose y volviendo a empezar; dudando de su fuerza, pero ofreciendo el pecho; sabiendo que está todo por hacer, y que tendrá que ser hecho cada vez por cada uno; templando su coraje en la negrura más espesa de la noche.





Pedro Aznar